por Miguel Angel Sosme

En el México precolombino, el hilado y tejido de las fibras de algodón empleadas en la confección de textiles, constituyó una labor trascendental en la vida económica, religiosa y cultural de los pueblos indígenas. La confección de las prendas de abrigo en telar de cintura, ya fueran éstas de uso ritual o cotidiano, estaba a cargo de las mujeres, quienes desde la infancia eran iniciadas en las artes de los hilos.

Desde la Sierra de Zongolica, Veracruz. México. Fotografía: Miguel Sosme

 El vínculo entre la feminidad y el tejido era inexcusable: «fracasar como tejedora era fracasar como mujer». Cuando una niña nacía, la partera la presentaba con los implementos del trabajo textil, citando un discurso en el que se enunciaban las labores que habrían de dignificarla en el futuro. Durante la adultez, las mujeres contribuían a la economía con su trabajo, tejiendo diversas telas que eran intercambiadas por otros productos o que eran dadas en tributo a los principales señoríos.  Al morir, la mujer era enterrada con sus malacates y telares, herramientas que la habían acompañado a lo largo de su existencia y que lo hacían aún después de la muerte.  

Asimismo, el tejido mantuvo una faceta sagrada que es advertida en las representaciones plásticas. En diversos documentos precolombinos puede apreciarse a algunas divinidades sentadas frente a un árbol, ya sea tejiendo las hebras en un telar de cintura o hilando las fibras con un malacate. De este modo, se denotaba el origen sobrehumano de los saberes y herramientas del quehacer textil, así como el lugar de las mujeres en el espacio doméstico.

En la Sierra de Zongolica, importante núcleo de la cultura náhuatl en el centro de Veracruz, las labores del hilado conservan el carácter sagrado de los tiempos precortesianos. Las indígenas de la zona, vinculan su trabajo con la enseñanza de Tonantzin, quien contextualmente se identifica con la virgen de Guadalupe. De acuerdo con las informantes, Tonantzin fue la primera divinidad que tejió y la responsable de transmitir el conocimiento textil a todas las mujeres de la tierra. Aunque existen distintas versiones de la leyenda, en todas se observa un sincretismo entre la religión nahua y el catolicismo judeocristiano que devela el papel preponderante del tejido y su nexo con la feminidad.

 Las más abuelitas nos decían que antes no había ropa como ahora, que antes todos andaban desnudos por el monte padeciendo frío y mojándose. Entonces Tonantzin veía que su hijo, el niño Jesús,  sufría mucho pero no sabía qué hacer para quitarle el frío. La virgencita lloraba porque no podía cubrirlo, pero un día vio que los borregos tenían lana y pensó que a lo mejor ellos no tenían frío porque sus vellones los cubrían, así que les cortó un poquito de su lanita y se la puso al niño para que ya no tuviera frío. Y sí, ya estaba calientito pero como era muy travieso, se iba a correr por el monte y cuando regresaba ya venía otra vez desnudito. Ya luego la virgencita lo cubría con más lana y otra vez estaba contento, pero como luego se volvía a ir, ya regresaba sin su ropita.

 Entonces la virgencita se dio cuenta de que toda su lanita se quedaba colgada entre las ramas del monte y que por eso regresaba sin nada. Así que al otro día habló con San José y le dijo que como él era carpintero, que por favor le hiciera unos palitos, que iba ver si ella podía tejer. Entonces  le explicó bien cómo los tenía que hacer y San José se los talló con la madera de los pinos. En eso, Tonantzin fue a ver a los borreguitos para quitarles su lanita y para cuando regresó, ya estaban listos sus palitos.

Fotografía: Miguel Sosme

Como en la nochecita se puso hilar la lana y después tendió su telar. Estuvo viendo cómo es que iba a tejer porque ella no sabía, pero como es muy milagrosa pudo hacer un lienzo con los hilos de lana. Trabajó mucho, hasta entrada la noche, así que se fue a descansar dejando su telar con todo y el lienzo. Entonces en la madrugada, el diablo se apareció y le hizo una maldad: le movió todos los hilos y todos los palitos hasta que en la tela se formaron unas figuritas bien bonitas. Es que dicen que el diablo quería demostrarle a Tonantzin que él tejía mejor que ella. Y sí, el lienzo quedó muy bonito pero cuando la virgencita lo vio se enojó porque le descompuso su tela. Entonces lo compuso  tejiendo con un solo “xíotl” hasta que consiguió un lienzo plano, sin figuras, todo blanco. Ya con eso fue que vistió al niño Jesús y nunca más tuvo frío. Y para que nadie volviera a padecer por la desnudez, la virgencita le enseñó a tejer a nuestras abuelitas y ellas le enseñaron a sus hijas. Ese fue el regalo que Tonantzin nos dio a las mujeres. Desde entonces, todas tejemos la ropa de nuestra familia.

Pero dicen que el tejido que ahorita le decimos de “ojito”, es  el que tejió el diablo, es un tejido muy bonito, con figuritas. Ese tejido no se puede usar con los niños porque es del diablo, cuando presentamos a los niños le ponemos su manga pero con el tejido sencillo, el de la virgencita. Ya se lo pueden poner cuando crecen pero mientras no porque es más bonito y a la virgen no le gusta. Incluso mi mamá decía que ella tejía de todo, menos el de ojito, que ese no se atrevía ni a aprenderlo porque era del diablo (Matilde García y Sixta Tzanahua, Tlaquilpa, 2011).

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